Una Reina de Belleza divagando
Cómo una mujer, que ha sido compañera de clase de muchos de nuestros lectores, confronta las críticas que la sociedad y los medios de hoy hacen contra el Concurso Nacional de Belleza y sus participantes a partir de su experiencia como señorita Cundinamarca.
Mientras le contaba a un amigo el proceso que viví para ser nombrada como la Reina del departamento corazón de Colombia (Cundinamarca), a modo de chanza me dijo: “Al parecer, escoger a una reina departamental de Belleza es peor que elegir al contralor”. Sí, tiene razón. No cualquiera es capaz de presen- tarse y ganar un certamen de belleza; se necesita mucha disciplina, compromiso e inteligencia. La diferencia es que no- sotras trabajamos ad honorem.
Pero yo prefiero comparar los reinados con una licitación pública. Las aspirantes a la corona debemos cumplir con una serie de requisitos habilitantes y calificables consagrados en un reglamento. Para estar habilitada y presentarse a la convocatoria se debe compilar una documentación mínima. Por eso, me dirigí a la notaría, tomé mi turno, miré a la secretaria a los ojos y le dije “bajo gravedad de juramento (le juro por mi mamá, mi papá y la biblia) afirmo que soy soltera, no vivo con ningún hombre y no he tenido hijos, soy toda una señorita. Por favor dé fe de la veracidad de mi testimonio”. Pagué trece mil pesos por un sello y una firma y anexé ése y otros diez documentos a una carpeta de veintidós folios y cinco fotos full HD.
Entre los criterios calificables no está que las piernas sean tan largas que le salgan desde el cuello y que tenga el famoso 90-60-90. La belleza es armonía y carácter. Belleza es actitud, es aprenderse a proyectar ante el público. Por eso yo siempre defenderé que la estatura no es sinónimo de belleza. Si a la candidata le sobran centímetros de porte y actitud no necesita ser un avatar en estatura. Porque ser perfecta es un estado mental, no importa lo que digan los comentaristas de farándula o los expertos en moda, la belleza es subjetiva y sus críticas mordaces y envenenadas son obsoletas.
Me gané el reinado departamental (pseudo licitación), se surtieron una serie de actos administrativos conforme al CPACA y el Instituto de Cultura del Departamento de Cundinamarca me avaló como su reina mediante resolución. Para ingresar al concurso nacional firmé un contrato de diez páginas, trece capítulos de reglas y obligaciones precisas, cinco meses de duración y una cláusula penal de aproximadamente veinticinco salarios mínimos legales mensuales vigentes en caso de incumplimiento.
Participar en un reinado es como inscribirse a los Olímpicos, sólo hay participantes de élite, muchísima pre- paración, mentes claras y decididas. Se requieren extenuantes jornadas de clases con un equipo de profesio- nales en belleza, periodismo, maqui- llaje, nutrición, psicología, diseño, fotografía, pasarela, entrenamiento físico; no son fortuitas las ampollas y las ojeras.
Por eso no sean ridículos, no somos ganado, no somos bufones, no esta- mos a la venta, no nos cosificamos, no estamos oprimidas por el machismo: somos mujeres valientes, sin complejos, calculadoras, que superamos nuestros límites, que alcanzamos triunfos equiparables al de una competencia intelectual o deportiva. No tiene nada de malo celebrar la belleza. Yo soy la dueña de mi vida y libremente escojo ser reina de belleza, no para demostrarle algo al vecino sino porque me hace feliz y hace parte de mi proyecto de vida.
Cuando nuestra señorita Colombia ganó Miss Universo en enero de este año le dije a mi hermano: “para mí, esta victoria es como haberme ganado un mundial de football”. Casi me mata, “claro que no, para ganarse un mundial se necesitan yo no sé cuántos jugadores, no sé cuántas horas de entrenamiento, no sé cuántos técnicos”. Está bien, ya sé que no son equiparables, pero para ganarse un reinado de ese rango también se re- quiere una colombiana disciplinada que ame a su país, diseñadores, pre- paradores físicos, estéticos, perio- distas; un equipo de colombianos trabajando durante años. Son triunfos profundamente diferentes pero ambos son motivo de orgullo patrio. Por eso, lo que hay que resaltar del concurso nacional de belleza en Colombia es todo, un staff absolutamente califi-
cado y responsable, una misión social impecable, una competencia sana entre mujeres fuertes y valientes.
En Cartagena fueron veinte días de desfiles, de sonrisas (aún siento las mejillas entumecidas), de sacarle el quite al chikungunya. Veinte días de trasnochos y madrugadas, de pestañas postizas y extensiones. Veinte días donde todo lo difícil dejó de ser difícil y se convirtió en una experiencia de vida. Veinte días de responderle a los medios de comunicación preguntas que no le aportan nada a la sociedad. Diz- que: “¿cuántos días lleva el presidente de la República gobernando?”, “¿juegas al hula hula?”, “y dime ¿hace cuántos años exactos se cayó el muro de Ber- lín?”. La prensa en este país tiene que madurar, ¿cómo es posible que a una corresponsal le interese más si le tallan los tacones a la candidata que el aporte social y las historias de vida que se comparten en las fundaciones que visitamos? Me impresiona su falta de creatividad. Me acuerdo de una pe- riodista que vino, me enfocó y me dijo “invéntate un chisme, cualquiera y de cualquier candidata” Como si fuera un chiste jugar con la imagen de mis compañeras.
Por eso aprovecho para resaltar la misión social del concurso. Somos bellas pero tenemos un propósito, una tarea con decenas de fundaciones a las cuales ayudamos, visitamos y amamos. Aprendí mucho de los ni- ños de Tierra Bomba que carecen de acueducto y otros servicios básicos, me llevo en el corazón mil historias de madres adolescentes que hacen parte de la fundación Juan Felipe Gómez Escobar y las sonrisas de cientos de niños con discapacidades físicas y cognitivas en el centro de habilitación y capacitación ALUNA. El concurso nacional de belleza es eso: cumplir con una misión social.
Estoy muy orgullosa de mi país, me fascina mi región, estoy muy orgullosa de las colombianas, admiro a mis compañeras que han sido reinas de belleza porque no es nada fácil. Fue una experiencia que me ayudó a madurar, a aprender a disfrutar mis triunfos, a tomar decisiones a con- trarreloj, a entender que ser bella e inteligente son cualidades que siempre van de la mano, sobre todo cuando se emplean con el propósito de ayudar a los demás miembros de nuestra sociedad.
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